Nuestra presencia no requiere de nuestro cuerpo físico, es algo sutil con lo que impregnamos el ambiente y que puede permanece en un lugar aunque nos hayamos marchado. En toda creación hecha desde el corazón dejamos nuestro aroma para siempre, por eso una obra de arte es por naturaleza inmortal.
ANDANDO SE HACE HOGAR
Nuestra presencia no requiere de nuestro cuerpo físico, es algo sutil con lo que impregnamos el ambiente y que puede permanece en un lugar aunque nos hayamos marchado. En toda creación hecha desde el corazón dejamos nuestro aroma para siempre, por eso una obra de arte es por naturaleza inmortal.
Convertir un
lugar en íntimo no requiere más que depositar nuestra esencia en él, por eso
podemos convertir el sitio más inhóspito en acogedor. Sin embargo, el palacio
más suntuoso lo sentiremos como frío si nadie ha sido capaz de presenciarlo con
su amor.
Hacer de nuestras
casas un oasis de paz y alegría, en el que nos podamos reconocer cada uno de
los miembros de la familia, es convertirlas en un auténtico lugar de sanación
en el que reponernos de las heridas de la dualidad.
Si cada paso que
andamos en la vida lo llenásemos de
nuestra presencia nos sentiríamos en nuestro hogar en todos los sitios. Una
humanidad en la que todos nos sintiésemos en el hogar no tendría nada que temer
y, por fin, los unos podríamos confiar en los otros sin límites.
¿Qué te parece ir
llenando de tu presencia los lugares más habituales, extendiendo así tu hogar…?
Sería divertido invitar a alguien a sentarse a tu lado en un parque público,
sintiendo que lo estás haciendo en el sofá de tu casa, y hablarle de las
plantas y árboles que os rodeasen como de tu jardín. Ante ti tendrías todo un
mundo para convertir en tu hogar, un hogar que no sólo sería tuyo, sino de
todos los que lo sintiesen como tal.
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