HACIA LA INOCENCIA DE NUESTROS DESEOS



       Para elevarnos no es necesario que disminuyamos la densidad de nuestro cuerpo, basta que nos unamos a algo más ligero que el aire, por ejemplo un globo, el Principio de Arquímedes hará por nosotros el resto. De la misma manera, no es necesario luchar contra nuestros pensamientos más densos, basta ir creando un globo de miradas ligeras, sin juicios, sin ataduras a creencias limitantes. A medida que nuestros pensamientos ligeros ocupen cada vez más espacio empezaremos a “subir”, a despegar de los típicos conflictos de la dualidad. ¡Y claro!, cuando empecemos a contemplar el nuevo paisaje, con sus perspectivas más amplias, y a respirar un aire más puro, nuestros deseos de aterrizar irán desapareciendo sin necesidad de luchar contra ellos. El sabio sabe que cuando lucha contra él mismo pierde siempre, y que negar nuestros deseos no es más que combatirnos.
       La dualidad nos hace creer que censurando nuestros deseos dejamos de ser sus esclavos; pero en realidad al reprimirlos los estamos haciendo más fuertes, ya que les damos una inyección de nuestra propia energía. Lo más sabio no es entrar en batallas, sino aprender a observar nuestros deseos más allá de los juicios de las creencias que normalmente habitamos.
  

  

       Cualquier deseo, por vergonzante que nos parezca, pierde gravedad cuando lo llevamos a la mirada de nuestro corazón. Sólo la sabiduría de la inocencia nos puede revelar el sentido último de un deseo. Si nos presentaran a un criminal de guerra no después de sus crímenes, sino cuando era un bebé, ¿qué sentido tendría condenarle por unos delitos aún no cometidos …? Lo mismo pasa con los deseos, todos nacen puros, pero nuestras creencias limitantes, nuestros juicios, nuestros miedos… van dándoles densidad hasta que su pureza se nos hace irreconocible.
       Hay un camino de sabiduría para dejar de luchar contra nuestros deseos indeseables. Consiste en viajar hacia atrás en el tiempo, en ir desnudando estos deseos  de juicios y miedos, hasta que podamos volver a verlos como nacieron: con la pureza de nuestro corazón.
       Es posible, querido lector, que todo esto te parezca una fantasía, como le ocurriría a un hombre “primitivo” al que le dijesen que podría elevarse por los aires en algo llamado globo; no habría manera de convencerle … a menos, claro está, que él mismo pudiese subirse en un globo. ¿Qué te parece tomar uno de esos deseos indeseables y tratar de llevarlo a la mirada de tu corazón? Sí, ya sé que parece imposible ver a ese deseo como a un bebé, pero permíteme que te proporcione un truco que lo hace más fácil: trata de llevar esto a cabo en la ducha, siente la calidez y fluidez del agua, siéntete tú mismo bebé, y … ¡aleó! empieza a desnudar tu deseo, a dejar atrás tu desconfianza hacia él, a sentir su pureza … Ya me contarás …  

  
  
  

    

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